Una pija desaparecida y esa zorra envuelta en pieles llorando lágrimas de cocodrilo por una hija de la que nunca se ha preocupado. Encendí otro cigarrillo y vi pasar a una maricona por los ventanales sucios de cagadas de moscas y grasa del Poseidón. No tenía ni putas ganas de averiguar nada sobre esa niña pero me hacía falta la pasta, debía tres meses de alquiler y el coche parado por no poder cambiar la batería.
—¿Tú qué piensas, Roco? -le pregunté al chapero que desayunaba en la mesa de al lado y al que le había pedido que pusiera la oreja a mi conversación con aquella señorona.
—Huele a mierda, huele a culo y a mierda -contestó Roco mientras se sacaba un trozo de donuts con un palillo de su dentadura podrida. Demasiadas mamadas, pensé, raro que todavía no haya pillado un sidazo.
Cogí la caja de cerillas que la mamá había encontrado en uno de los bolsos de la niña, siempre hay una caja de cerillas en estos casos, y volví a leer: “Cueros” “Privado”. A continuación encendí una cerilla con la brasa de mi cigarrillo y dejé que la caja ardiera en el cenicero. A la mierda el alquiler y a la mierda el coche. Afuera seguía lloviendo a cántaros y otro día más que no iba a salir el sol.
De mi libro «Microbios» (2004): DESCARGAR GRATIS AQUÍ