«Cómo se cuenta un cuento«, de Gabriel García Márquez, Ollero y Ramos Editores, 1996, es la transcripción de un Taller de Guión que García Márquez coordinaba todos los años en la Escuela Internacional de cine y televisión de Cuba, en San Antonio de los Baños.
La obra literaria de este Premio Nobel colombiano es de sobra conocida. Por lo tanto, no me voy a detener en ella ahora.
Pero quizá sea menos conocida su trabajo de guionista y su carrera vinculada al cine. Por algo, García Márquez fue Presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, desde su creación en 1986.
«Cómo se cuenta un cuento», no es un manual de técnicas para escribir guiones, sino algo mucho más rico.
A lo largo de su páginas vas a poder presenciar, como si estuvieras allí, la forma en que García Márquez y sus alumnos abordan las historias que estos han presentado, para trabajarlas y mejorarlas.
En efecto, vas a ver cómo se destripa una historia, cómo se desmonta y se vuelve a montar. Cómo se puede desbloquear cuando ha llegado a un punto muerto. Cómo tirar de hilos que no están desarrollados o que nos han pasado desapercibidos. Incluso, cómo abandonar callejones sin salida que no nos llevan a ninguna parte.
Así mismo, podrás asistir en primera persona al proceso de creación de una historia. Verás los errores y aciertos que se dan en ese proceso. Conocerás o reconocerás las luces y las sombras que envuelven el acto creativo de contar una historia.
Por eso, este libro es de gran interés para los que quieren aprender las la carpintería del oficio. Pero también, aborda por momentos, la pulsión anímica que hay detrás del proceso creativo.
En este sentido, Gabriel García Márquez nos dice en la sinopsis del libro:
«Lo que más me importa en este mundo es el proceso de la creación. ¿Qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de hambre, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?»
Y comienza García Márquez hablando del Taller:
«Necesitamos gente que no se asuste de nada, que ya esté curada de espanto. Porque aquí hay que opinar con absoluta franqueza; cuando algo no nos parece bien, hay que decirlo; tenemos que aprender a decirnos las verdades cara a cara y a funcionar como si estuviéramos haciendo terapia de grupo. Lo que más me importa en este mundo es el proceso de la creación (…). Pero entretanto, me hice un adicto del trabajo en taller. Se me convirtió en un vicio, esto de inventar historias colectivamente…»
Una de las advertencias que hace el escritor colombiano: «Hay que aprender a desechar. Un buen escritor no se conoce tanto por lo que publica como por lo que echa al cesto de la basura (…).Hay que apuntar alto y tratar de llegar lejos. Y hay que tener criterio y, por supuesto, valor para tachar lo que haya que tachar y para oír opiniones y reflexionar seriamente sobre ellas».
Y añade: «Otra cosa en la que uno se equivoca mucho: tenemos la historia y creemos que ya todo está resuelto, pero de pronto empezamos a escribir y equivocamos el tono, o el estilo. Puede darse el caso de que lleguemos a un callejón sin salida. Por suerte, todos llevamos dentro una especie de pequeño argentino que nos va diciendo lo que tenemos que hacer. Y digo por suerte porque hay muchos métodos para escribir guiones pero la verdad es que ninguno sirve: cada historia trae consigo su propia técnica«.
Al escribir, parte de tu experiencia personal
Otro aspecto importante, basarte en tu experiencia personal:
«Gabo.- Elid, ¿no podrías tratar de recordar un episodio de tu propia vida que se pueda contar con más sencillez? Siempre es bueno empezar por ahí. Se puede llegar a este tipo de historia después de haber escrito muchas que se basen en experiencias reales. Así, cuando uno sienta que ya ha agotado su propia experiencia vital como fuente de creación, puede empezar a explorar otros caminos. Pero me temo que empezar así es como recorrer el camino al revés (…).Uno no debe escribir sobre lo que no conoce o no siente como algo personal«.
Y hablando de los personajes, afirma:
Gabo.- Es inevitable. Por más que uno lo disfrace, todo personaje protagónico, en mayor o menor medida, es siempre uno mismo.
Reynaldo.- Ya lo dijo Flaubert: «Emma Bovary, c’est moi«.
Interesante cómo en otro momento del taller incita a los asistentes a desmelenar la imaginación:
«Reynaldo.- ¿Por qué no volvemos a la idea de la comparación entre el mar de la tarjeta y el de la realidad? «Bueno, ¿y ahora qué?», se pregunta él. Y entonces es cuando la ve a ella, cortando cabezas de pescados.
Gabo.- O de niños.
Reynaldo.- ¿Cómo?
Gabo.- Le falta locura a esta historia, es lo que quiero decir. Ustedes están muy serios.
No hay creación sin riesgo
Para terminar, os dejo con la palabras de García Márquez que cierran el taller y el libro:
«Roberto.- Uno nunca está completamente seguro de lo que quiere hasta que lo hace. Y nunca está seguro de lo que hace hasta que lo ve montado.
Gabo.- Eso es parte inseparable del proceso creador. No hay verdadera creación sin riesgo y, por lo tanto, sin una cuota de incertidumbre. Yo nunca vuelvo a leer mis libros después de que se editan, por temor a encontrarles defectos que pueden haber pasado inadvertidos. Cuando veo la cantidad de ejemplares que se venden y las lindezas que dicen los críticos, me aterra descubrir que todos están equivocados —críticos y lectores— y que el libro, en realidad, es una mierda. Es más —lo digo sin falsa modestia—, cuando me enteré de que me habían dado el premio Nobel, mi primera reacción fue pensar: «¡Coño, se lo creyeron! ¡Se tragaron el cuento!» Esa dosis de inseguridad es terrible pero, al mismo tiempo, necesaria para hacer algo que valga la pena. Los arrogantes que lo saben todo, que nunca tienen dudas, se dan unos frentazos, mueren de eso».
Leeré este libro que aún lo tengo pendiente.
Ya me dirás qué te ha parecido. Besos,