«Antes del fin», de Ernesto Sabato, Editorial Seis Barral (1999), es el libro de memorias del autor de «El túnel», «Sobre héroes y tumbas» y «Abaddón el exterminador». Todo un testamento espiritual de este gran escritor argentino, Premio Cervantes en 1984.
Cuando el libro cayó en mis manos, lo leí de un tirón, y tengo que reconocer que, en más de una ocasión, se me hizo un nudo en la garganta compartiendo las angustias y esperanzas de este hombre sensible y humano, encargado de coordinar y redactar el informe «Nunca más» sobre los crímenes de Estado llevados a cabo durante la dictadura militar en Argentina.
Y aunque el mismo Sabato nos dice en la introducción de su libro: «no esperen encontrar en este libro mis verdades más atroces; únicamente las encontrarán en mis ficciones», vas a encontrar mucha verdad y autenticidad en sus palabras sobre su vida y su obra, sus dudas y certezas, sus luces y sus sombras.
Con el lenguaje sencillo, directo y sincero del hombre que está cerca de la muerte, Sabato nos habla de hechos que marcaron su infancia y su vida, así como de su época de estudiante en La Plata: «¡Cómo añoro aquel Colegio donde no se fabricaban profesionales!, donde el ser humano aún era una integridad, cuando los hombres defendían el humanismo más auténtico, y el pensamiento y la poesía eran una misma manifestación del espíritu».
También nos cuenta de su inclinación temprana por el mundo de la ciencia, llegando a trabajar, incluso, en el Centro Curie de París, y de cómo lo abandonó todo para dedicarse a su vocación literaria y artística, aunque ello le llevara a cambiar una vida acomodada por otra de penurias.
Por él nos enteraremos de su temprano compromiso político, de sus amigos marxistas y anarquistas y de personajes como Carlucho: «uno de esos anarquistas infinitamente bondadosos que iban de pueblo en pueblo caminando» y que le contaba a un chiquilín «cómo los hombres encerraban a grandes e inocentes hipopótamos para servir de diversión a los chicos, lejos de sus praderas africanas, de sus bellísimos amaneceres y de su remota libertad».
«¿Hacia epifanías de qué enigmáticos Dioses –se pregunta Sabato– me conducía el destino? ¿Por qué, a los treinta años, cuando la ciencia me aseguraba un futuro tranquilo y respetable, abandoné todo a cambio de un páramo oscuro y solitario? No lo sé. Una y otra vez, como un náufrago en medio de oscuras tempestades, partí con rumbo insospechado sin divisar siquiera la existencia de una isla remota. Al mirar hacia atrás, reitero nuevamente aquel ruego de Baudelaire:
¡Oh, Señor! ¿Dadme la fuerza y el coraje de contemplar sin asco mi cuerpo y mi corazón!
Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador y no nos es dado corregir sus páginas».Y es que, nos confiesa Sabato, a mí «la literatura me permitió expresar horribles y contradictorias manifestaciones de mi alma, que en ese oscuro territorio ambiguo, pero siempre verdadero, se pelean como enemigos mortales».
Precioso el homenaje y agradecimiento a su mujer, Matilde, en los momentos difíciles de su existencia: «Reivindico con emoción el profundo apoyo que Matilde me dio en ese momento. Ella jamás consideró que yo debería hacer otra cosa que consagrarme a lo que mi intuición me señalaba, y nunca me recriminó las comodidades que nuestra familia habría de perder».
De su escritura nos dice: «Una novela profunda surge frente a situaciones límite de la existencia, dolorosas encrucijadas en las que intuimos la insoslayable presencia de la muerte. En medio de un temblor existencial, la obra es nuestro intento, jamás del todo logrado, por reconquistar la unidad inefable de la vida. A través de la angustia, en una máquina portátil comencé a escribir de manera afiebrada la historia de un pintor que desesperadamente intenta comunicarse.
Extraviado en un mundo en descomposición, entre restos de ideologías en bancarrota, la escritura ha sido para mí el medio fundamental, el más absoluto y poderoso que me permitió expresar el caos en que me debatía; y así pude liberar no solo mis ideas, sino, sobre todo, mis obsesiones más recónditas e inexplicables».
Y concluye: «En un tiempo de crisis total, solo el arte puede expresar la angustia y la desesperación del hombre, ya que, a diferencia de todas las demás actividades del pensamiento, es la única que capta la totalidad del espíritu, especialmente en las grandes ficciones que logran adentrarse en el ámbito sagrado de la poesía».
«Lamentablemente, en estos tiempos en que se ha perdido el valor de la palabra, también el arte se ha prostituido, y la escritura se ha reducido a un acto similar al de imprimir papel moneda. Como he dicho en El escritor y sus fantasmas: ‘Quedan los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos, los mártires de una época’. (…) Por eso, la raza de artistas a la que siempre he admirado es aquella a la que pertenecen estos hombres. Quienes han unido a su actitud combatiente una grave preocupación espiritual; y, en la búsqueda desesperada del sentido, han creado obras cuya desnudez y desgarro es lo que siempre imaginé como única expresión para la verdad».
En la parte final del libro, Sabato, hombre comprometido con su tiempo, se extiende sobre su visión del mundo actual: «Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización. La angustia es lo único que ha alcanzado niveles nunca vistos. Es un mundo que vive en la perversidad, donde unos pocos contabilizan sus logros sobre la amputación de la vida de la inmensa mayoría. Se ha hecho creer a algún pobre diablo que pertenece al Primer Mundo por acceder a los innumerables productos de un supermercado. Y mientras aquel pobre infeliz duerme tranquilo, encerrado en su fortaleza de aparatos y cachivaches, miles de familias deben sobrevivir con un dólar diario. Son millones los excluidos del gran banquete de los economicistas».
El libro finaliza con un epílogo «Pacto entre derrotados«, en el que entre otras muchas cosas nos dice: «Cada vez que hemos estado a punto de sucumbir en la historia nos hemos salvado por la parte más desvalida de la humanidad. Tengamos en consideración entonces las palabras de María Zambrano: ‘No se pasa de lo posible a lo real sino de lo imposible a lo verdadero’. Muchas utopías han sido futuras realidades».
«Antes del fin«, de Ernesto Sabato, sacudirá tus fibras sensibles de escritor y ser humano.
Hola Ricardo, ¡que lindo libro has sacado a relucir hoy! A mi también me gustó mucho y he de reconocer que encontré en él una autenticidad inusitada por parte del autor. Hombre perseguido de obsesiones y de sueños, admiro su versatilidad y su porfía, también su integridad y su compromiso socio político para con su país, en un momento tan difícil como fue el que se sufrió en Argentina después de la dictadura. Siempre cambiante pero fiel a si mismo y a los suyos hasta el final de su vida.
Sí, un libro que debería ser de obligada lectura en los institutos. Un beso.