En la plaza Cantarero,
ese aroma del azahar,
la primavera temprana
en Nerja se huele ya.
Hacia La Maroma miro,
respiro profundamente,
vuelvo al suelo mi mirada
y la escoba se detiene.
De la alcantarilla asoma
una pequeña flor blanca,
no seré yo quien la arranque
y me inclino a mirarla.
Una lágrima se escapa
por la trampilla enrejada,
cada flor tiene un ángel,
dice el Talmud, que la guarda.
Y pienso en esa semilla
que fue a parar al desagüe
y admiro su coraje
de crecer en el desastre.
Siento cómo sus raíces
se ahondaron en lo umbrío
y cómo creció su tallo
esquivando los peligros.
Aprendo de esta flor
a enfrentar los desafíos,
creciendo hacia el Sol,
que ese era su destino.
Jamás se quejó esa planta
de lo duro del camino
ni pensó qué hubiera sido
nacer en valle florido.
Arrodillado en el suelo
abrazo su alma divina
y la fragancia que huelo
me acompaña todo el día.

“La mirada del barrendero”
En un pueblo costero de Málaga, Nerja, un barrendero barre en silencio y observa a esos seres humanos con los que nos cruzamos a diario y en los que apenas reparamos; mientras posa su mirada en unos objetos que, por cotidianos o desechados, ignoramos.
Un barrendero, testigo de amaneceres de ensueño, hecho a los calores del verano, las lluvias y los intempestivos vientos, que contempla la naturaleza como un ente vivo que nada tiene que ver con el paisaje de fondo de nuestros selfies.
Una mirada, la suya, limpia, libre de toda patraña, que no analiza ni separa, que solo vislumbra y calla; una mirada que contempla lo visible y a lo invisible se encauza, que con todo se maravilla, que no rechaza nada y se funde con la vida, como nos dice él mismo en uno de sus poemas.
Una forma de contemplar que nos incita a descubrir lo maravilloso en el corazón mismo de lo inmediato y que nos hace vislumbrar el misterio que hay encerrado en todo, por insignificante que parezca.
Una invitación a mirar con amor todo lo que nos rodea, pues es justamente en esa mirada, alejada de nuestros fines egoístas y que entra en comunión con el Alma del Mundo, donde reside la auténtica belleza.
Una poesía visual, musical y con un lenguaje sencillo que huye del artificio literario. Unos versos que fluyen como fluye un río.
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