En un vertedero
un niño de harapos
abraza a un cachorro
cubierto de barro
que tiembla en sus brazos.
No importa el frío,
tampoco el hedor,
no importa el hambre,
solo ese regalo
que el día le dio.
Sonríen sus ojos
y acuna en el pecho
a ese cachorro
que un desalmado
allí abandonó.
En un vertedero
también está Dios
junto a un pobre niño
carente de todo,
excepto de amor.

“La mirada del barrendero”
En un pueblo costero de Málaga, Nerja, un barrendero barre en silencio y observa a esos seres humanos con los que nos cruzamos a diario y en los que apenas reparamos; mientras posa su mirada en unos objetos que, por cotidianos o desechados, ignoramos.
Un barrendero, testigo de amaneceres de ensueño, hecho a los calores del verano, las lluvias y los intempestivos vientos, que contempla la naturaleza como un ente vivo que nada tiene que ver con el paisaje de fondo de nuestros selfies.
Una mirada, la suya, limpia, libre de toda patraña, que no analiza ni separa, que solo vislumbra y calla; una mirada que contempla lo visible y a lo invisible se encauza, que con todo se maravilla, que no rechaza nada y se funde con la vida, como nos dice él mismo en uno de sus poemas.
Una forma de contemplar que nos incita a descubrir lo maravilloso en el corazón mismo de lo inmediato y que nos hace vislumbrar el misterio que hay encerrado en todo, por insignificante que parezca.
Una invitación a mirar con amor todo lo que nos rodea, pues es justamente en esa mirada, alejada de nuestros fines egoístas y que entra en comunión con el Alma del Mundo, donde reside la auténtica belleza.
Una poesía visual, musical y con un lenguaje sencillo que huye del artificio literario. Unos versos que fluyen como fluye un río.
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