Hoy os traigo un libro, «Identidades asesinas«, de Amin Maalouf, Alianza Editorial, 1999, que me regaló Silvia, una amiga catalana, en aquellos años. «Identidades asesinas» no es un libro de escritura creativa, aunque toda la escritura de A. Maalouf es creativa. Incluso un breve ensayo testimonial como este.
Y os lo quiero recomendar porque me sigue pareciendo, por desgracia, un libro de rabiosa actualidad. Quizá debería ser lectura obligatoria en los institutos. No se trata de un sesudo ensayo, sino de un testimonio de uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo. Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2010, entre otros muchos reconocimientos.
«Identidades asesinas» es, como se puede leer en la sinopsis de su contracubierta: una denuncia apasionada de la locura que incita a los hombres a matarse entre sí en el nombre de una etnia, lengua o religión. Una locura que recorre el mundo de hoy desde Líbano, tierra natal del autor, hastaAfganistán, desde Ruanda y Burundi hasta Yugoslavia, sin olvidar la Europa que navega entre la creación de una casa común y el resurgir de identidades locales en países como el Reino Unido, Bélgica o España. Desde su condición de hombre a caballo entre Oriente y Occidente, Maalouf intenta comprender por qué en la historia humana la afirmación de uno ha significado la negación del otro (…).
Cuando a Maalouf se le pregunta si se siente más libanés o más francés él responde que por igual. Y no lo hace por diplomacia: «Lo que me hace ser yo mismo y no otro -dice Maalouf- es que estoy a caballo entre dos países, entre dos o tres lenguas, entre varias tradiciones culturales. Ésa es mi identidad…«. Identidades asesinas es un canto al ciudadano frente a la tribu, una llamada a la tolerancia».
Ciento setenta y una páginas que no tienen desperdicio. Un libro que, sin duda, ayuda al diálogo y la conversación. Y es que solo en la palabra reside la esperanza de entendimiento entre los seres humanos y los pueblos. Hablemos sin miedo y escuchémonos de una manera abierta, sin juicios ni prejuicios.
Y para terminar, recordaros algo que siempre les digo a los participantes en el taller: cuando os pangáis a escribir, ya sea en grupo o a solas, dejad colgados en el perchero todos los personajes que creéis ser, el padre responsable, la madre entregadísima, la joven rebelde, el niño aplicado, la excelente profesional o el currante mosqueado, el loco de los videojuegos o el seguidor del Nerja C.F.; incluso, colgad también de ese perchero al escritor o la escritora que creéis ser.
Abandonad por un rato a todos esos personajes o personajillos y entrad en la escritura desnudos, sino en cuerpo por lo menos en alma, para ser capaces de acoger en vosotros a esos otros personajes que te están esperando.
Saber transmigrar a cualquier personaje es labor del escritor. Dibujar personajes que no sean planos, ni buenos ni malos sino todo lo contrario, es labor del escritor. Y para ello, nada mejor, como decía el gran cuentista Medardo Fraile, que tener compasión por ellos, como deberíamos tenerlo con nuestros semejante y con todo lo vivo.
Al fin y al cabo, como dice Rafael Argullol, «aquí hemos venido a representar todos los papeles de la tragedia y de la comedia». Y cuando partamos, Dios sabe hacia dónde, no nos vamos a llevar ninguna de esas identidades.
Que disfrutéis de su lectura.