Para terminar con esta serie de «Juego y escritura», una interesante apreciación de Vimala Rodgers en su libro de grafología: «Cambia tu escritura para cambiar tu vida«, ediciones Urano, descatalogado:
«Si preguntamos a un grupo de treinta niños de parvulario «¿Quién sabe dibujar?», se alzarán treinta manos entusiastas. Los niños describirán todos a la vez lo que mejor saben dibujar. Incluso puede que agiten sus dibujos gritando «¡Mira! ¡Mira lo que he hecho!». Si hacemos la misma pregunta a la misma clase, con los mismos alumnos, pero en la escuela secundaria, ¿cuántas manos se alzarán, aunque sean vacilantes? Tal vez dos. Hasta puede que tres. No es que la capacidad creativa haya desaparecido. Lo que sucede es que con los años formulamos normas comparativas de creatividad y juicios de valor externos, a lo cual sigue un silencio funeral.
«Muy temprano en la vida empezamos a definir la Creatividad según las normas instauradas universalmente. Creemos ser artistas, escritores, o artesanos hábiles, hasta que alguien nos dice: «¡Ni siquiera puede pintar sin salirte de la raya!», «¡No tienes ni idea de ortografía!», o «¿Y qué se supone que es eso?». Interpretamos estos comentarios al azar como si fueran el Evangelio según los Mayores, y empezamos a renegar de nuestras capacidades creativas (…). Dejamos de dibujar o pintar, o dejamos de expresar nuestros sentimientos íntimos en poemas o en cuentos (…). Empezamos diciendo: «Qué pena. La verdad es que me gustaba mucho pintar», o «Me sentía tan feliz cuando escribía poesía», o «Modelar conejitos de barro me daba una gran sensación de bienestar», y acabamos diciendo «Al fin y al cabo, ¿yo qué sé de estas cosas? Con nuestro último aliento creativo afirmamos, vacilantes, «Me gustaría hacerlo, pero debo estar equivocado» (…). Tras un profundo suspiro, empezamos a echar tierra sobre la tumba de nuestro yo creativo y lo sepultamos para siempre».
Hace unos días en el Taller, una de las participantes comentaba que su hijo de ocho años, al que le encanta contar y escribir cuentos e historias, la había visto escribiendo en casa con su libreta y su boli. ¿Qué haces, mamá?, preguntó el chaval. Escribiendo, contestó ella, es que estoy yendo a un taller para aprender a contar historias. Ja, dijo su hijo, yo ya sé contar historias. Y como suele ocurrir con los niños, dio en el clavo.
Todos sabemos contar historias; de hecho, nos pasamos la vida contándonos historias, lo que me ha ocurrido en el Mercadona, lo que me ha pasado en el trabajo, lo que sucedió en el último viaje que hice, lo que ha ocurrido en mi relación con fulanito. Somos animales narradores.
Por eso, al taller, como yo le digo a los participantes, no se viene a aprender, sino a desaprender, a quitarnos toda esa costra de juicios, convencionalismos, opiniones e ideas acerca de cómo hay que escribir; se viene a reconectar con nuestro niño creativo, ese que ya sabe y disfruta haciendo lo que sabe, a coger confianza en nuestra voz más natural y a dotarnos de valor para poner nuestro corazón al desnudo, para expresar lo que nos dé la real gana, para inventarnos las trolas más grandes y creérnoslas a pie juntillas y contarlas con el aplomo con que Homero contaba sus historias de guerras y odiseas y por lo cual Aristóteles dijo de él que «era el gran maestro en contar cosas falsas como es debido».
Así que ya sabes, vuelve a ser un párvulo y escribe, pinta, canta, baila, modela conejitos de barro, salta sobre los charcos de la vida y enlodate hasta las cejas si eso te hace feliz y no permitas que los tristes cercenen tu creatividad con sus comentarios.
Recuerda siempre aquel verso de R. Tagore:
«En la playa de interminables mundos, los niños juegan».
Disparadores de escritura
Y para cerrar esta serie de «Juego y escritura», aquí os dejo una serie de divertidos juegos con la escritura:
- Escribe en la oscuridad o con los ojos cerrados.
- Vístete de un solo color y escribe.
- Medita, haz silencio en tu interior y luego escribe.
- Utiliza olores que te estimulen y escribe.
- Vístete de hombre si eres mujer, o al revés, y escribe.
- Ponte diferentes músicas y escribe.
- Dibuja, piérdete en las formas y colores y luego escribe.
- Escribe con la mano izquierda si eres diestro, o al revés.
- Vuélvete un niño y escribe todo lo que se te pasa por la cabeza.
- Camina por la casa, habla, canta, di todo lo que se te antoje.
- Cierra los ojos y habla de tus ensueños en voz alta.
- Coge un peluche o un muñeco y cuéntale un cuento.
- Habla con algún animal, habla con una planta, con una piedra, con un objeto.
- Baila y luego escribe.
- Amasa barro, juega con él y luego escribe.
- Desnúdate y escribe.
- Sal a la calle si llueve, y escribe bajo la lluvia.
- Mírate al espejo y háblale con el reflejo como si no lo conocieras de nada, pregúntale y escribe sus respuestas.
- Haz el loco, salta, grita, ríe, llora, centrifúgate como hacen los perros para sacudirse el agua y luego escribe.
A ver si soy capaz de rescatar a la niña traviesa. Un abrazo Ricardo.
Seguro que sí. La que tuvo, retuvo. Ya lo tienes, diario peligroso de una niña traviesa, próximo bestseller en amazon, jeje.
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