La agencia

Había alquilado la habitación de siempre en el mismo hotel. Descolgó el teléfono y marcó el número de memoria. Siempre que había utilizado aquella agencia había quedado satisfecha. Ningún problema, máxima discreción. Hacía tiempo que venía recurriendo a este tipo de transacciones. Después de la separación fue la soledad y luego la marcha, pero se había cansado de los ligoteos de fin de semana, de aquellos maduritos poco interesantes y bastante alcoholizados y babosos o de esos jovencitos que le despertaban el sentimiento maternal, Dios mío qué estoy haciendo si podría ser mi hijo, por no hablar del dinero y es que entre cenas, cines, copas y demás se le iba una pasta. “Boy’s” resultaba a la larga más barato y en cuanto al trato y servicio no había ni punto de comparación entre esos aficionados de fin de semana y los profesionales de “Boy’s”. Y para remate una ventaja que quizás era la mayor: no había implicaciones sentimentales, todo se reducía al placer por el placer. Cuando escuchó que golpeaban la puerta de la habitación con los nudillos corrió a abrirla:
—¡Hijo
—Mamá.

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