La certeza del funámbulo

Sopeso la pértiga en mis manos, muevo los dedos del pie derecho dentro de la zapatilla ajustada, acerco el pie al alambre, lo rozo, lo acaricio como pidiéndole permiso, como se acaricia por primera vez la piel de una mujer. Son los gestos inconscientes, las viejas manías, recuerdo que lo hice la primera vez que trepé hasta el alambre, cuando mi madre me estaba enseñando y desde entonces cada vez que he subido hasta aquí he empezado con este rito, con esta conversación en la que en silencio le pido permiso al aire, el suave roce de mi pie derecho y el oído aguzado, siempre lo mismo, esperando escuchar la contestación del alambre, una señal, una advertencia, hoy no lo hagas o, tranquilo, puedes atravesarme, me estaré quieto; pero del alambre, como de la vida cuando le pregunto, sólo recibo la callada por respuesta. Y en mitad de ese silencio, que no está fuera, que está dentro, pongo el pie sobre el alambre y doy el primer paso. Lo peor, lo más difícil siempre es abandonar la seguridad de la plataforma, quedar suspendido en el vacío con ese filo que se clava en la planta de mis pies por todo suelo, y después la respiración que es el equilibrio, no mirar nunca hacia abajo, sentir que la pértiga son alas, controlar el miedo, ese compañero fiel que siempre me acompaña, pero hoy siento algo extraño, algo que nunca antes había sentido, hay una atracción de abismos, tranquilo, me digo, no des otro paso hasta haber recuperado el centro, tu sitio, así, tranquilo. Cierro los ojos, respiro, puedo oler el miedo, el mío y el de toda esa gente allá abajo, estoy en mitad del alambre. Sin saber por qué me deshago de la pértiga, oigo un grito que sale de todas las gargantas al unísono, luego la gente aplaude, creen que reto al vacío pero solo me reto a mí mismo, y no es un desafío, pero únicamente en el riesgo me siento vivo. Sigo caminando por la cuerda floja, sin embargo ya no noto el alambre como una cuchilla que se me clava en los pies, acepto este ansia de vuelo que siempre me ha latido en el pecho y me dejo ir en esta querencia con la certeza de que solo desde el fondo de mi miedo puedo llegar a tocar el cielo con las manos.

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La certeza del funámbulo

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