Por la boca muere el pez

Por la boca muere el pez me estaba diciendo el cabrón ése que está sentado al otro lado de la mesa, por la boca muere el pez me decía mientras untaba su tostada con kilos de mantequilla y miel, la misma miel a la que yo me había acercado loca de mí, cegada por la gula, relamiéndome golosa, la misma miel en la que ahora me encontraba atrapada, inmovilizada, a expensas de lo que ese tipo que se llevaba la tostada a la boca quisiera hacer conmigo, porque el cabrón se había dado cuenta de mi situación y no dejaba de repetir la mierda ésa de que por la boca muere el pez y no paraba de reírse mientras me acercaba su carota congestionada por la risa, y ahora qué, me decía una y otra vez, ahora qué, repetía sin dejar de zamparse a grandes bocados su tostada rebosante de mantequilla y miel, entre risotadas, atragantándose de la risa y de esa mierda de que por la boca muere el pez. Y yo ahí, atrapada, negra de coraje y miedo, y el tío ese ríe que te ríe, atragantándose, tosiendo, convulsionándose, sin apenas poder respirar mientras intenta vanamente incorporarse de su silla, ya sin aire, sin risa, sin esa mierda de que por la boca muere el pez. Y ahora qué, le digo yo mientras logro soltar mis patitas de la miel, ¿eh?, y ahora qué, listo, repito viéndolo agonizar, por la boca muere el pez.

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por la boca muere el pez

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