Se miran, el viejo de barba blanca y el gatillo negro; por encima del plato de migas con jureles del que acaban de dar buena cuenta, se miran, con curiosidad felina el viejo, con ternura de abuelo el gato; se miran, con placidez ambos, una corriente invisible entre las arrugas del viejo y las orejas tiesas del gato; no hay palabras pero se escuchan y escuchan la vida amable cabalgando entre ellos en ese eterno abrazo del instante en que la madera crepita en la chimenea del cortijo bajo un aguacero de espanto.
Muy lindo. Buen ejemplo del escuchar. Un abrazo.
Frente a tanta charla vana que dicen los budistas, seres que se entienden sin necesidad de ellas. Besos, Marisol.
Donde hay un gato, siempre está la comunicación felina y silenciosa. Gracias por el relato.
Qué gata eres. A ti, María, gracias.