Juego y escritura 2

Continúo con la serie «Juego y escritura». Hoy nos acompaña Michael Ende (1929–1925), alemán universal y autor, entre otras muchas obras, de «La historia interminable» y «Momo«, que habréis leído. Catalogado por lo catalogadores como escritor de literatura juvenil, etiqueta que a Michael Ende le hacía reír, nos ha dejado estas palabras en su libro «Carpeta de apuntes«, de la editorial Alfaguara, un libro imprescindible del que hablaré más extensamente en una próxima entrada:

“Parafraseando a Nietzsche diré: ‘En cada persona hay escondido un niño que quiere jugar’. Lo confieso, pues, sin avergonzarme: el impulso verdadero, real, que me mueve mientras escribo es el placer del juego, libre y espontáneo, de la imaginación. Para mí, el trabajar en un libro es cada vez un nuevo viaje cuya meta no conozco, una aventura que me enfrente con dificultades que yo no conocía antes, una aventura que hace surgir en mí vivencias, pensamientos, ocurrencias de las que yo nada sabía y al final de la cual me he convertido en otro distinto del que era al principio. Tal juego sólo se puede llevar a cabo sin un plan preconcebido, pues quien quiera saber o planificar por anticipado adónde le llevará tal aventura está impidiendo de esa manera que suceda tal cosa”.

Michael Ende a la edad de diez años

Michael Ende a la edad de diez años.

El niño que fui sigue viviendo en mí, no hay un abismo –el paso a la edad adulta– que me separe de él, en el fondo me siento como el mismo que era entonces (…). Y me acojo aquí a las palabras de un gran poeta francés: cuando hemos dejado definitivamente de ser niños, ya hemos muerto. Yo creo que en toda persona que todavía no se ha vuelto completamente banal, completamente a-creativa, sigue vivo ese niño. Creo que los grandes filósofos y pensadores no han hecho otra cosa que replantearse las viejísimas preguntas de los niños: ¿de dónde vengo?, ¿por qué estoy en el mundo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es el sentido de la vida? Creo que las obras de los grandes escritores, artistas y músicos tienen su origen en el juego del eterno y divino niño que hay en ellos; ese niño que, prescindiendo totalmente de la edad exterior, vive en nosotros, ya tengamos nueve o noventa años; ese niño en nosotros, tan vulnerable y desamparado, que sufre y que busca consuelo y esperanza; ese niño en nosotros que constituye, hasta nuestro último día de vida, nuestro futuro”.
Ya sabes, lánzate a la aventura de escribir, acompañado de ese niño que llevas dentro, sé fiel a sus amores, a sus odios, a sus miedos y obsesiones, verás cómo no te falla. Recuerda, la verdadera escritura siempre es una exploración de la existencia, un viaje hacia dentro y hacia el hermoso y extraño mundo que nos rodea.

Michael Ende con una tortuga

El autor con uno de sus animales preferidos: la tortuga.

 

Juego y escritura 1

Comienzo esta serie de «Juego y escritura», en la que iremos viendo lo que muchos escritores han dicho en torno al juego creativo de la escritura, con un testimonio de Ángel Zapata, escritor y profesor de escritura creativa en Escuela de escritores, extraído de su libro «La práctica del relato», editado por primera vez en 1997 por Ediciones Fuentetaja, en cuyos talleres también fue profesor durante muchos años.

“¿Por qué nos gusta leer ficciones? La pregunta está tan lejos de ser ociosa. Tanto es así que ni siquiera tiene una respuesta única. En el afán de contestarlas algunos teóricos necesitan remontarse a la propia naturaleza del hombre y colocar en ella junto al hambre y la sexualidad, un tercer instinto que sería el instinto del juego. Contar cuentos es un modo de jugar (…), Al leer, jugamos a ser otros. Somos el homo ludens de Huizinga; y esta posibilidad de introducirse en la vida y la conciencia de otros seres se llamaba, en la alta magia, el Gran Juego. De algún modo, la literatura es una forma profana de este Gran Juego que practicaban los magos. Y por eso también el escritor principiante tiene algo de aprendiz de brujo”.

Y continúa diciendo:

“Hasta hace algunos años (puede que cinco o seis), os confieso que solía ponerme muy serio en el momento de escribir. Tal como yo lo percibía entonces, el hecho de escribir estaba en las antípodas de esa actitud espontánea y enteramente natural que recomienda Natalie Goldberg para la práctica de la escritura (…). Yo era un caso típico de perfeccionismo (…), ese era mi principal problema con la escritura (…). En cierto modo, claro, un perfeccionista es lo contrario de un ludópata. El escritor perfeccionista no se permite jugar. Yo no me permitía jugar en absoluto. Llevaba en la cabeza una idea muy seria de la literatura, y lo que aspiraba a conseguir con cada uno de mis escritos era una imitación lo más ceñida posible de todas las destrezas y los ‘efectos especiales’ que observaba en los grandes autores (…). Y aun así no penséis que no valoro en nada aquellos esfuerzos. Eran útiles. Qué duda cabe que servían para aprender. Pero pienso que estaba trabajando desde una óptica equivocada (…). Ya estoy hecho a la idea de no ser Kafka o Dostoievski (y nada tan difícil como renunciar a lo imposible, no creáis) (…). El perfeccionismo –y es adonde quiero ir a parar– representa un obstáculo muy serio para la personalidad de la escritura. Es una de esas actitudes que obstaculizan casi por completo el desarrollo de una expresión propia… y también desde mi experiencia didáctica lo que puedo deciros es que se trata de un hábito particularmente dañino, que suele hacer presa en los alumnos y alumnas con mejor formación y más cualidades para la escritura artística (…). Resulta complicado dar con lo propio (nuestros temas, nuestras palabras, nuestros personajes y nuestras emociones), sin antes desprendernos de esa excesiva veneración hacia la ‘Gran Literatura’ (…). Por eso os recomiendo: escribid desde una saludable irreverencia (…). Es sabido además que Cervantes escribió el Quijote desde una actitud bastante suelta y descuidada (estaba escribiendo una novela de humor);

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