Comienzo esta serie de “Juego y escritura”, en la que iremos viendo lo que muchos escritores han dicho en torno al juego creativo de la escritura, con un testimonio de Ángel Zapata, escritor y profesor de escritura creativa en Escuela de escritores, extraído de su libro “La práctica del relato”, editado por primera vez en 1997 por Ediciones Fuentetaja, en cuyos talleres también fue profesor durante muchos años.
“¿Por qué nos gusta leer ficciones? La pregunta está tan lejos de ser ociosa. Tanto es así que ni siquiera tiene una respuesta única. En el afán de contestarlas algunos teóricos necesitan remontarse a la propia naturaleza del hombre y colocar en ella junto al hambre y la sexualidad, un tercer instinto que sería el instinto del juego. Contar cuentos es un modo de jugar (…), Al leer, jugamos a ser otros. Somos el homo ludens de Huizinga; y esta posibilidad de introducirse en la vida y la conciencia de otros seres se llamaba, en la alta magia, el Gran Juego. De algún modo, la literatura es una forma profana de este Gran Juego que practicaban los magos. Y por eso también el escritor principiante tiene algo de aprendiz de brujo”.
Y continúa diciendo:
“Hasta hace algunos años (puede que cinco o seis), os confieso que solía ponerme muy serio en el momento de escribir. Tal como yo lo percibía entonces, el hecho de escribir estaba en las antípodas de esa actitud espontánea y enteramente natural que recomienda Natalie Goldberg para la práctica de la escritura (…). Yo era un caso típico de perfeccionismo (…), ese era mi principal problema con la escritura (…). En cierto modo, claro, un perfeccionista es lo contrario de un ludópata. El escritor perfeccionista no se permite jugar. Yo no me permitía jugar en absoluto. Llevaba en la cabeza una idea muy seria de la literatura, y lo que aspiraba a conseguir con cada uno de mis escritos era una imitación lo más ceñida posible de todas las destrezas y los ‘efectos especiales’ que observaba en los grandes autores (…). Y aun así no penséis que no valoro en nada aquellos esfuerzos. Eran útiles. Qué duda cabe que servían para aprender. Pero pienso que estaba trabajando desde una óptica equivocada (…). Ya estoy hecho a la idea de no ser Kafka o Dostoievski (y nada tan difícil como renunciar a lo imposible, no creáis) (…). El perfeccionismo –y es adonde quiero ir a parar– representa un obstáculo muy serio para la personalidad de la escritura. Es una de esas actitudes que obstaculizan casi por completo el desarrollo de una expresión propia… y también desde mi experiencia didáctica lo que puedo deciros es que se trata de un hábito particularmente dañino, que suele hacer presa en los alumnos y alumnas con mejor formación y más cualidades para la escritura artística (…). Resulta complicado dar con lo propio (nuestros temas, nuestras palabras, nuestros personajes y nuestras emociones), sin antes desprendernos de esa excesiva veneración hacia la ‘Gran Literatura’ (…). Por eso os recomiendo: escribid desde una saludable irreverencia (…). Es sabido además que Cervantes escribió el Quijote desde una actitud bastante suelta y descuidada (estaba escribiendo una novela de humor);