Devorado por la lejía y las horas
giro dentro del tambor de la lavadora,
hay un cosquilleo de detergente en mis narices
y unos vaqueros se me han enrollado en el cogote.
Ella me encerró en este desvarío
y temo el momento en que se active el centrifuga.
Lo que más me duele no es su ausencia
ni esta venganza infantil de la lavadora.
Lo que más me duele
es que me haya pillado los huevos
con la puerta de la máquina dichosa.
Y es que la cosa tira, por dios si tira
cada vez que el tambor de los días
da una vuelta y gira, da una vuelta y gira.
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